domingo, 21 de marzo de 2010

Cuando el río Huerba transcurría extramuros de Zaragoza.







Puente del siglo XVI situado frente a la antigua Puerta Quemada, aproximadamente al final de la calle Heroísmo, y en el entorno de la actual pasarela (con piso de madera), que atraviesa el río Huerva.
Aquel legendario puente fue demolido en el año 1855, al construirse el Puente de San José, que da comienzo a la calle Miguel Servet. Con la construcción de este nuevo puente se pensó en construir una nueva carretera (Hoy Miguel Servet) que tuviese comunicación con el puente de la acequia de San José, en la entrada de los caminos del Bajo Aragón y Torrero.

El grabado muestra los terrenos que, hasta hace no muchos años ocupaba el famoso canódromo, y mucho antes el Cuartel de Intendencia, (antes Penal de San José).

Cuesta imaginar que todo ese entorno estuviera a las afueras de la ciudad (100 metros de la Plaza de San Miguel), y que incluso fuera complicado el transitar por la zona, por la maleza existente y la falta de caminos apropiados.




Corrían los primeros años del siglo XVI, la otra orilla del río Huerva- en el paso más cercano a la iglesia de San Miguel de los Navarros- estaba surcada por malezas insondables, cañaverales el doble de altos que la estatura humana y un sinfín de sendas laberínticas que ocupaban hasta gran distancia aquel barrio que el pueblo llamó Montemolín.

En esta época muchos trabajadores, con el fin de allegar unos recursos extras para el sustento familiar, acostumbraban a salir temprano de la ciudad y, tras pasar la jornada cortando leña, la acarreaban al anochecer para venderla en la plaza de San Miguel. A bastantes de estos trabajadores les solía ocurrir, sobre todo en los duros días invernales y debido en la mayoría de los casos a las densas nieblas que se formaban debido a la proximidad del cauce fluvial, el que no hallasen el camino de vuelta a la ciudad y les sorprendiese la fría y lóbrega noche en un intento desesperado por encontrar dicho camino de vuelta, teniendo que pasar la gélida noche como buenamente el más puro instinto de supervivencia les asistía.
Fue en uno de aquellos gélidos inviernos, concretamente el de enero de 1529, especialmente crudo con lluvias torrenciales que anegaron los alrededores del río Huerva dejando casi imposible el paso por determinados puntos. Un labrador se presentó en la iglesia de San Miguel en una de esas madrugadas dando la terrible noticia de haber encontrado los cadáveres de dos mujeres a la orilla del río. Abrazados y rígidos por el frío reinante encontraron los dos cuerpos inertes...y al parecer no fueron esas dos mujeres las únicas que pagaron con su vida el no haber podido encontrar el camino de regreso a la ciudad.




El ilustre clero de San Miguel, a tenor de los funestos sucesos, tuvo a bien colocar una gran lámpara en lo alto del campanario que, ayudada por espejos, hiciera las veces de faro sirviendo su luz como punto de referencia en la campiña. El zaragozano viento de todos conocido y que arrecia con inusitada fuerza en los días tormentosos arrancó el singular "faro" en una tarde aciaga en la que perecieron varias personas por el desbordamiento del río, unas por querer salvarse de la riada y otras por intentar salvar a familiares o vecinos suyos.
Consternada la ciudad por los desastres producidos por la tormenta, sobre todo los vecinos y parroquianos de la iglesia de San Miguel, resolvieron solicitar del "Jurado en Cap"- lo que hoy es el ayuntamiento- que una de las campanas de la torre de dicha iglesia se tocara de media en media hora desde el crepúsculo hasta las doce de la noche. La ciudad resolvió favorablemente la petición y determinó que el campanero tuviese una habitación en la misma torre o junto a ella haciendo repicar la campana de media en media hora desde el anochecer hasta la media noche y poniendo otra luz en un punto más elevado y seguro de la mencionada torre.


Dos siglos más tarde, cuando se despejó de malezas y árboles la zona, se suprimió la luz y la campana, ya denominada por todos como campana de los perdidos, siguió tocando desde las nueve de la noche en otoño e invierno y a partir de las diez de la noche el resto del año pero de hora en hora. Un genuino faro sonoro.
Solamente dejó de tocar la campana de los perdidos en la época de los sitios de Zaragoza aunque superados estos volvió a seguir tocando aunque ya no hiciese falta pues la campiña, otrora selvática, era un enjambre ya de caminos, grandes avenidas y buenas carreteras. La insigne iglesia de San Miguel tuvo a bien mantener la tradición y perseveró en la costumbre hasta bien mediado el siglo XX. Por causas desconocidas dejó de tocar pero a finales del siglo apareció en la prensa local que se había decidido mantener la tradición y seguir tocando, como hace hasta la fecha, las treinta y tres acompasadas campanadas de ritual , obviamente de manera simbólica.


Esta campana y su tocar al caer la tarde hizo que a los que vagaban por la ciudad mientras tocaba les cayera el apodo de "perdidos".
La Cueva del Tuno S.L.- sociedad que regenta el Café-bar La Campana de los Perdidos- quiso poner este nombre a su establecimiento por dos motivos fundamentalmente: el uno por ayudar a mantenerse vivas nuestras costumbres y tradiciones y el otro y más importante por estar dicha sociedad formada en su totalidad por miembros de la Tuna Universitaria del Distrito de Zaragoza, es decir formada en su totalidad por "perdidos" que despiertan cuando suena la famosa campana y a los que les gusta el reunirse mientras- como reza una famosa canción estudiantil- quede una botella y unas ganas de cantar


El campanario de la torre de San Miguel.



Puerta del Duque de la Victória.

El control de las mercancías que entraban en la ciudad sustituyó su función inicial, que era meramente defensiva. Los sitios de Zaragoza (1808 y 1809) y la Revolución Gloriosa (1868) marcaron la agonía y el fin de muchos de los antiguos pórticos.


Puente de San José, tal como estaba hace más de cien años.


Puente de San José sobre el río Huerva a comienzos del siglo XX.


Comienzos del siglo XX. Desde Miguel Servet se aprecia al fondo la Iglesia de San Miguel



Cada puerta de entrada a la ciudad tenía su propia historia. Como la del Duque, que se inauguró en 1861 en honor a Baldomero Espartero (natural de Granátula de Calatrava), duque de la Victoria. O la de Santa Engracia, que era la preferida de los zaragozanos de la época por su parecido con la madrileña puerta de Alcalá. Sin embargo, sólo tuvo la suerte de quedar en pie la puerta del Carmen, gracias a que recibió la declaración de monumento nacional en la exposición hispano-francesa de 1908. Del resto no hay un solo recuerdo.




A muy poca distancia de la Puerta Quemada, estaba la plazuela de San Miguel, donde con el tiempo se levantaría la Puerta del Duque. Es frecuente encontrar en algunas crónicas informales, referencias a la "Puerta del Duque o Puerta Quemada", cuando no son la misma. La llamada Puerta del Duque de la Victoria, erigida en 1856 (en honor del Excmo Sr. D. Baldomero Espartero, a la sazón Presidente del Consejo de Ministros) estaba orientada de cara al puente de Miguel Servet. La Puerta Quemada en cambio, abría el paso a la calle Quemada (hoy Heroísmo). De hecho, ambas debieron coexistir, siquiera como motivo ornamental, si nos atenemos al plano publicado por el ayuntamiento en 1863, o incluso al de 1907 de Dionisio Casañal y Zapatero.




Año 1902. Procedente del Paseo de las Tapias (actual Pamplona), se aprecia un carro entrando a la ciudad a través de la Puerta del Carmen. En el edificio de la derecha se estableció dos años después el mítico café Levante. No obstante ya funcionaba un almacén y un depósito de sal en el mismo lugar.


Camino de las Torres y la acequia de San José, en un frío día de invierno de hace más de sesenta años.

Los lavaderos estaban justo a la salida de la ciudad por la puerta del Duque.

De las varias puertas que tuvo Zaragoza y que cerraban por la noche el recinto de la Ciudad, esa del "Duque de la Victória" fue la de fecha más moderna. Desaparecida totalmente en mayo de 1919 de su lugar, contiguo a la iglesia parroquial de San Miguel de los Navarros, bien pudo conservarse porque era toda de hierro, y emplazarla años después en el magnífico Parque Grande, cuando se inauguró. Máxime ahora en que se está pensando en cerrarlo por la noche, sería ideal una puerta de aquellas características con ese "sabor" a historia.


Año 1934. Ya se había cubierto el río Huerva y los zaragozanos ya podían disfrutar de un nuevo paseo. A la izquierda se aprecia la Iglesia de Santa Engracia. Aquellos lejanos tiempos de penurias, en donde el río Huerva dividía a la ciudad (bueno, no había ciudad al otro lado), ya quedaron atrás.



Sobre 1927. Evidentemente el río Huerva representó una muralla natural, señalando claramente donde estaban las afueras de la ciudad. En la fotografía se observa el recubrimiento del río y a la izquierda el antiguo colegio de los Padres Jesuitas. Una vez cubierto el Huerva, se le dió el nombre de Paseo de Marina Moreno (actual de la Constitución).



Fotografía de 1951. Calle Asalto y al fondo a la derecha la Iglesia de San Miguel.

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